A menudo, entre los
aficionados, llevan a confusión los términos casta y bravura. Sin duda la
conjunción de ambas características sería lo ideal para un toro de lidia. Pero
un toro puede poseer una cosa sin la otra y no por eso deja de ser menos
interesante.
La casta, bajo mi
punto de vista, es, ni más ni menos, el poder de combatividad que demuestra el
toro de lidia. Si ese poder es suficiente llamaremos al toro encastado, pero si
a ese toro encastado le añadimos una buena dosis de genio y nervio estaremos
ante un toro al cual los taurinos denominan de mala casta y al que estamos poco
acostumbrados los aficionados, porque rara vez salta alguno a la plaza. Los
aficionados añoramos ese toro, pero para el torero es un toro molesto y que
plantea muchísimos problemas. Los ganaderos, salvo honrosas excepciones, suelen
seleccionar su ganado atendiendo más a las exigencias de toreros y taurinos que
a las de los aficionados. Por eso, ese toro añorado por los aficionados rara
vez lo vemos en acción.
¿Qué es la bravura?
La bravura es el instinto de defenderse atacando. El toro bravo es aquel que
tiene codicia, prontitud, se viene de largo, tiene fijeza, temple, galope, mete
la cara abajo, no se duele y se viene arriba en el transcurso de la lidia. En
resumidas cuentas un toro bravo es el toro ideal para los toreros. Pero ¿Qué es
lo que sucede cuando un toro además de bravo es encastado? Es decir, un toro
que además de tener las cualidades anteriores, posee una codicia
extraordinaria, que parece querer devolver los golpes al torero como el
boxeador a su contrincante, que sin hacer cosas feas parece que quiere coger al
torero para ganarle la pelea. Entonces es cuando verdaderamente hay emoción en
el ruedo, cuando el torero debe resolver problemas bastante serios y cuando se
transmite al tendido toda la fuerza de esa lucha entre el hombre y el animal.
Pero volvamos al
concepto de bravura. La bravura que buscan algunos ganaderos es la bravura sin
problemas, la que no es pegajosa, es decir, el toro bravo pero bobo, el
"toro de carril". Buscan un toro con mucha fijeza, con un viaje muy
largo, humillando mucho y que sólo se arranque al cite del torero acatando
totalmente sus órdenes. En definitiva, un toro con pocos problemas porque hoy
en día la mayoría de los toreros no están acostumbrados a resolver problemas,
ya que más que lidiadores son pegapases. Ese toro bravo pero bobo no deja de
tener peligro, pero ese peligro no se percibe desde el tendido y, por lo tanto,
no hay emoción. ¿Cómo se puede denominar entonces a ese toro bravo pero sin
aparente peligro? Su denominación es "noble" y en la selección al
querer aumentar la nobleza, se pierde dureza, es decir casta.
Antiguamente la
afición demandaba el toro encastado y se seleccionaba buscando ese tipo de
toro. Se exigía mucho más a las vacas en el caballo que en la muleta. Hoy en
día la vaca que parece brava en el caballo pero que después no tiene bravura
suficiente para embestir en la muleta no se aprueba y esto de "echar tanta
agua al vino" degenera, con el tiempo, en descastamiento o mansedumbre. En
los tentaderos la becerra que dejan para madre es la suave, la que tiene poco
temperamento, y con la selección de sementales ocurre lo mismo. Por eso antes
sobraba casta que, curiosamente, es lo que falta hoy en día. Sólo la presencia
de aquel toro de antaño era bastante para poner atmósfera de tragedia densa en
el aire de la plaza y aunque el torero se quitara toreando, no faltaban toros
de aquellos que quitaban al torero.
Pero todavía siguen
quedando algunas ganaderías encastadas. Curiosamente estas ganaderías son las
menos solicitadas por los toreros y como la fiesta siga por estos derroteros
serán condenadas definitivamente al ostracismo, a que sus propietarios se coman
sus toros con papas. Por eso, otros ganaderos prefieren criar borregos para que
se los coman los toreros con la muleta.
Decía al principio
que no hay que confundir casta con bravura y los ejemplos patentes los tenemos
en las ganaderías encastadas. Un toro de casta hace cosas que gustan. Se admira
su nervio, como embiste en determinado momento, pero de pronto se raja, su
embestida se vuelve incierta, se aquerencia. Al principio va como un tren a
cualquier parte y, sin saber el porqué, se va a tablas cuando menos se espera.
Este es el ejemplo del toro manso, que no es bravo, pero encastado, que
transmite emoción y que es una delicia verlo, aunque el torero no pueda hacerse
con él por la inseguridad de su embestida, ya que unas veces acude al cite bien
y por derecho y otras distraído y queriéndose ir, pero siempre con casta y
emoción, que es lo que siempre hay que buscar. De ahí que la casta sea un
factor complejo en el manejo puro de una raza. Se trata de una cualidad
mezclada en la que hay notas de bravura y también de mansedumbre. También hay
que decir, en honor a la verdad, que el toro de casta, aunque salga manso,
nunca lo es en su totalidad.
Ahora bien, lo que
verdaderamente emociona y te levanta del asiento es el toro encastado y además
bravo. Este es un toro que cuando se arranca lo hace con mucha fijeza al engaño.
Cuando llega al caballo se entrega, empuja con los riñones y no cede. En
banderillas galopa con alegría y es pronto al cite. En la muleta hace que su
embestida te emocione, se rebosa, es decir, va más allá de lo que la muleta le
manda, se revuelve en un palmo de terreno y tiene una gran codicia. A la hora
de la muerte vende muy cara su vida, no se aquerencia en tablas y es duro para
doblar, se suele decir que estos toros mueren embistiendo. Incluso un toro encastado
con las fuerzas justas siempre acaba viniéndose arriba por su casta.
La casta es tan
visible, tan serena, tan luminosa, tan viva, tan escalofriante, que la
distinguen incluso los turistas en su primer día de toros.
Ya que a los toros
hay que ir a emocionarse, pues la fiesta no es jolgorio ni juerga,
reivindiquemos la casta por encima de todo, con más o menos bravura, pero
casta, que es lo que verdaderamente da emoción y lo que los aficionados
valoramos y añoramos.
@mulillero
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